La mejor jibia a la plancha estaba en la Puerta Purchena de Almería, "Bar los Claveles", en las mejores manos, en las de Antonio Orta y de Antonio de las Heras Rodríguez, ya nunca más olerá a Jibia a la plancha en ese emblemático local.
Los claveles, que abriera en 1905 con distinto nombre (creo que La Victoria), pero que a partir de 1920 adoptará el definitivo “Los claveles”, se hizo con hueco en el paladar de los almerienses y turistas, a base de poner jibia en la plancha. No se puede olvidar que cuando comenzaron a poner esta tapa, la jibia la tiraban los pescadores por ser una pesca inservible, craso error.
Ese sábado fatídico 22 de marzo, después de tirar la última caña, el propietario repartía entre su clientela los treinta claveles y partía en dos la guitarra que presidía el local, cumpliendo el deseo de quien la regaló.
Detrás de la barra se afanaban dos personas para dar avío a poner cañas para tanto parroquiano y pedir a voces la tapa al de la plancha. Ahí, en la plancha estaba el secreto, la jibia abierta y entera que, una vez hecha, era cortada en trozos para ser pinchada en palillos y depositada en el plato tapero. Al de la plancha no se le veía la cara, a la izquierda tenía una ventana que dejaba ver a la gente pasar… o volverse y a la derecha un poyete de mármol blanco para depositar los platos.
Se especulaba si la jibia estaba tan buena por la plancha, el cocinero o los dos. El caso es que en Almería había muchos bares que tenían en su carta jibia a la plancha pero ninguno conseguía ese punto, ese olor y sabor.
Cuando había poco tiro el cocinero acumulaba la jibia en una esquina, cuando la servía, aunque pudieras pensar que no sería la misma que recién hecha, salías del engaño con deleite.
Era un sitio de quedar, “nos vemos en Los Claveles”, era uno de los múltiples sitios para tapear que había entonces en Almería, ciudad con muchos bares donde se comía pescado y marisco fresco y de extraordinaria calidad. Ah, se me olvidaba, hablo de los sesenta y setenta.
La esquina del edificio de las Mariposas luce desde hace unos años como si fuera un gran monumento. La remodelación de la casa sirvió para subrayar su belleza y para que ésta se muestre sin reservas en el corazón de la ciudad. Sin embargo, el arreglo se llevó por delante una parte importante de la vida de esa zona de Almería, al desaparecer los negocios ilustres que durante décadas habían sido referencia para varias generaciones de almerienses.
Es un espectáculo pasar ahora por la Puerta de Purchena de noche y contemplar la grandeza del edificio restaurado, pero a mí me sigue faltando desde hace diez años el olor de la plancha del bar los Claveles y esa niebla con perfume a jibia que se iba derramando por la acera a partir de las doce.
Uno podía cerrar los ojos a la altura del Paseo o de la iglesia de San Sebastián, y llegar hasta la misma puerta del bar guiándose solo por el olor de la jibia. Es verdad que a su lado sobrevivieron otros comercios tan importantes como la tienda de calzados el Misterio o la sastrería de los hermanos Molina, pero ningún otro dejó tanta huella en la memoria popular de la ciudad como el recordado bar los Claveles.
Los Claveles fue un bar de cercanía, de trato amable, de tertulias en la barra, de mutua confianza, una apuesta segura para el que quería disfrutar de la mejor jibia a la plancha que se servía en la ciudad.
La jibia de los Claveles se disfrutaba tres veces: una con el olfato, a medida que uno se iba acercando al establecimiento; otra con la mirada, cuando apoyados en la barra contemplábamos aquel ritual de darle las vueltas necesarias con la espátula para que estuviera en su punto; y por último cuando la recibíamos caliente en el plato y la saboreábamos en el paladar.
Los Claveles no solo destacaba por sus tapas, también por el ambiente que se respiraba dentro. Estaba situado en la Puerta de Purchena, pero dentro mantuvo siempre su condición de bar humilde, abierto a toda clase de públicos. Tampoco era un escenario delicado: si los clientes tiraban las servilletas al suelo nadie se quejaba, entre otras cosas porque en otro tiempo era una costumbre muy común en la mayoría de los bares de la ciudad.
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